TRAZOS

13:24 Elchicodelachaquetavaquera 0 Comments



En el colegio los niños siempre han dibujado una casa de techo triangulado
con una ventana redonda y un par de árboles que dan sombra a un perro viejo.
Los folios blancos se han llenado de niñas con vestidos triangulares con dos rayas negras que fingían ser trenzas maternales.
Pintamos familias de manual; un padre alto y con corbata negra que llega de trabajar,
una madre de pelo rubio y una piel color pastel que solo dice sí,
un par de niños pequeños llenos de vida. Él con una pelota deforme y gorra gastada,
y ella con una flor en la mano y esperando crecer para enseñar a sus hijos sus dibujos.
Crecemos conociendo un único cuento con final feliz y comiendo perdices en una mesa
llena de secretos que se digieren con el postre.
Algunos niños miramos de reojo y copiamos los diseños coloreados sin salirse de las rayas sin llegar a comprenderlos.
Mi casa no tenía un techo coronado por una chimenea que echase humo.
No tenía árboles en mi jardín que dieran sombra los días soleados que mi madre
trabajaba y moría poco a poco antes de llegar a la hora de cenar.
Mi hermana tenía flores en las manos. Pétalos que volaban sobre ella y la distraían
de una vida que no se puede contar.
Yo no tenía una mano sobre el hombro. Nunca me puse gorras, ni supe afeitarme.
Las cicatrices de mi barbilla son únicas, no como los dibujos infantiles que corren entre las generaciones como las enfermedades hereditarias.
A veces, mostramos las historias que quieren ser conocidas y dejamos que los nombres
desaparezcan dentro de casa.

colored pencils in top view photography

Imagen: Debby Hudson

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