Preso público
Las calles recogen
el sonido de unas cadenas
que se arrastran lentamente.
La ciudad escucha atenta,
atónita y animada los lamentos
de aquellos que intentaron ser hombres.
La dignidad,
la única víctima de la vida,
camina entre abucheos esposada a la desgracia.
Aquellos que se creen que pueden señalar con el dedo,
lo hacen
quedando impunes de ello.
Injusta la existencia
que predica con malos ejemplos
cómo hay que ejercer.
La conciencia, avergonzada,
se suicida al ver como la sociedad, podrida,
castiga deliberadamente a la dignidad.
Es así como morimos.
Sin saber que fuimos crueles
con los que eran inocentes.
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