TRAZOS
En el colegio los niños
siempre han dibujado una casa de techo triangulado
con una ventana redonda y
un par de árboles que dan sombra a un perro viejo.
Los folios blancos se han
llenado de niñas con vestidos triangulares con dos rayas negras que fingían ser
trenzas maternales.
Pintamos familias de manual;
un padre alto y con corbata negra que llega de trabajar,
una madre de pelo rubio y
una piel color pastel que solo dice sí,
un par de niños pequeños
llenos de vida. Él con una pelota deforme y gorra gastada,
y ella con una flor en la
mano y esperando crecer para enseñar a sus hijos sus dibujos.
Crecemos conociendo un
único cuento con final feliz y comiendo perdices en una mesa
llena de secretos que se
digieren con el postre.
Algunos niños miramos de
reojo y copiamos los diseños coloreados sin salirse de las rayas sin llegar a
comprenderlos.
Mi casa no tenía un techo
coronado por una chimenea que echase humo.
No tenía árboles en mi
jardín que dieran sombra los días soleados que mi madre
trabajaba y moría poco a
poco antes de llegar a la hora de cenar.
Mi hermana tenía flores en
las manos. Pétalos que volaban sobre ella y la distraían
de una vida que no se
puede contar.
Yo no tenía una mano
sobre el hombro. Nunca me puse gorras, ni supe afeitarme.
Las cicatrices de mi
barbilla son únicas, no como los dibujos infantiles que corren entre las
generaciones como las enfermedades hereditarias.
A veces, mostramos las
historias que quieren ser conocidas y dejamos que los nombres
desaparezcan dentro de
casa.
Imagen: Debby Hudson
0 comentarios: