MADRID 26.03.2019

8:00 Elchicodelachaquetavaquera 0 Comments


Mi abuelo emigró a Alemania.
Veinticinco años. Dos hijos. Un sello en el pasaporte.
Vivió cuatro años sin hablar.
Comía pan una vez al día.
Moría durante doce horas seguidas
entre hombres sin equipajes.

El hambre en ambas casas.

Hoy soy el que se ha ido.
He dejado un armario con dos camisas,
una muda de ropa interior baja la almohada y
una foto de mi padre.
Mis libros cogen polvo
en la que fue mi habitación
y es ahora un altar levantado por mi madre
para llorar callada
la pérdida de su primogénito.

Estoy curando mis heridas en la distancia,
con la luz apagada hasta pasado el atardecer
en un semisótano cubierto de moho.

En la capital
camino entre suburbios plagados de ratas enfermas
pensando en las mentiras que le cuento a mi familia.


Por las mañanas me coloco
alfileres en la nunca
que fuercen una sonrisa infantil.
Una foto para mi madre.
-mamá, estoy bien-.

Llego a la fábrica.
El mismo ruido.
El mismo aire contaminado.
Misma hora. Mismo día. Mismo mes.

Arriba.
Gira.
Aprieta.
Abajo.

Arriba.
Gira.
Aprieta.
Abajo.

Me sangran las llagas de las manos
envueltas en un pañuelo sucio
que heredé de mi abuelo paterno.
De vuelta con calcetines negros
lloro pensando en el nombre de un primo que no recuerdo.

Ceno sopa de sobre.
Me acuesto con las palabras
que solía decir mi abuela cada noche.
-Hemos comido un día más. Gracias a Dios-.


gray concrete building under blue sky

Imagen: @schmuto








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